Capítulo de Libro: "Diversidad lingüística y ciudadanía en educación" - Mtro. Ernesto Díaz Couder Cabral, 2015

  



Actualmente nos parece natural pensar que, por ejemplo, los polacos hablan polaco, los chinos hablan chino, los franceses francés y, haciendo un paralelismo, los mixtecos hablan mixteco y los zapotecos, zapoteco. Es decir, cada pueblo habla una lengua que lo singulariza e identifica. Sin embargo, esa asociación es, en realidad, parte de la tradición intelectual occidental, la cual se ha propagado y arraigado entre nosotros como muchos otros aspectos de esa misma tradición como parte de nuestra historia colonial. Pero no es así en otras tradiciones culturales. En particular, en la tradición mesoamericana no necesariamente es mixteco quien habla mixteco. Más bien, la noción misma de “mixteco” no tiene mucho sentido en esta tradición porque la identidad social –entendida como la pertenencia a un grupo étnico o a una nación cultural– no está asociada a una afiliación lingüística, sino a otros elementos como el parentesco y la residencia. Tal es el caso de los tacuates en Oaxaca, por ejemplo, quienes se distinguen étnicamente (son tacuates, no mixtecos) pero no lingüísticamente, ya que se reconocen como hablantes de mixteco o, más bien, como hablantes de una variante del mixteco.

Lo anterior significa que la tradición cultural a la que se pertenece es la que define lo que se entiende por “lengua” y por tanto, cuál tratamiento se debe dar a la diversidad de “lenguas” así entendidas. En la tradición europea encontramos en la base de la identidad nacional y la ciudadanía sobre todo, un nacionalismo lingüístico excluyente y homogeneizador, el cual encuentra grandes dificultades para acomodarse a los ideales pluralistas de la actualidad. En tanto que en la tradición mesoamericana la identidad lingüística tiene un papel mucho menor en las identidades (etno) políticas indígenas, lo que facilita su integración a visiones pluralistas, aunque con un sentido distinto del que solemos asumir; más específicamente, el pluralismo lingüístico más afín a la tradición mesoamericana no es tanto un pluralismo de lenguas, sino un pluralismo de hablas comunitarias (Díaz Couder, 1990). Como se muestra en este capítulo, las unidades lingüísticas de diferenciación y su papel en la identidad política difieren considerablemente en la visión europea y la mesoamericana, en la medida en que corresponden a formas de organización social distintas e integradas a estructuras políticas y económicas igualmente distintas.

Por otra parte, la alteridad indígena es una cuestión no resuelta en nuestra idea de nación y en nuestra sociedad desde el origen como país independiente. Es, todavía, una enraizada herencia colonial; más aún, es una dolorosa fractura social que no hemos sabido cerrar y que tiñe el valor simbólico de la diversidad cultural y lingüística en nuestro país y su inextricable relación con su tratamiento en el ámbito educativo, a la vez que permea la ambigua relación política del Estado y la sociedad con los pueblos indígenas.

En otras palabras, la fractura no resuelta entre nación e indianidad ha obstaculizado una relación ciudadana que incluya a los pueblos indígenas en el proyecto nacional mexicano (cfr. Varese, 1992).